Carpe Diem

Carpe Diem

Horacio, en el siglo I a.C., ya se dio cuenta de que había que disfrutar el momento presente pues el futuro es totalmente incierto. «Carpe diem quam minimum credula postero… “aprovecha el día, no confíes en el mañana”, aconsejaba el poeta muy acertadamente. Durante el Renacimiento – y la revisión que entonces se hace de los clásicos – este tópico cobra especial importancia, pasando de esta manera a ser un tema recurrente en la literatura universal y llegando hasta nuestros días como el exponente de una actitud hacia la vida en general: aprovecha el momento, vive cada día como si fuera el último, no desaproveches el tiempo… algo muy bonito pero que básicamente sólo podemos hacer cuando estamos de vacaciones, desgraciadamente.

Pero volvamos a Horacio. Los autores clásicos han sido – y son – fuente inagotable de inspiración para escritores posteriores. Además, una de las cosas que más se estima de ellos es su originalidad: ahora ya está todo inventado, se ha escrito tanto a lo largo de los siglos que, evidentemente, los temas se agotan; pero, en la antigua Roma o en la antigua Grecia, todo era original… ¿o no?

Bueno, probablemente – y evidentemente – los autores también tendrían sus propias fuentes de inspiración, muchas de las cuales provendrían seguramente de historias transmitidas oralmente. Y puede que también se inspiraran en obras más antiguas, incluso de pueblos extranjeros. Si un tema es bueno, lo mejor es aprovecharlo.

Muchos os sorprenderéis al saber que el tema del Carpe Diem ya fue tratado en el antiguo Egipto (como tantos otros temas, pero eso es otra historia…). En la tumba de Intef VII, faraón de la dinastía XVII (c. 1580-1550 a.C.), fue encontrado grabado en sus muros el denominado Canto del arpista, llamado así porque una copia del mismo apareció también en los muros de una tumba ramésida, al lado de la figura de un arpista. Presumiblemente, se trataría de una composición cantada por los arpistas en el transcurso de los banquetes a los que los miembros de la alta sociedad egipcia eran tan aficionados.

Pues bien, el Canto del arpista nos insta precisamente a aprovechar el tiempo que vivimos, pues no sabemos qué pasará en el futuro. Más concretamente, nos dice que nadie ha vuelto del Más Allá para decirnos qué tal se está allí, así que, de momento, aprovecha lo que tienes, porque la vida eterna está muy bien pero en la práctica lo que tienes ahora es lo que de verdad existe:

Generaciones y más generaciones desaparecen y se van,
otras se quedan, y esto dura desde los tiempos de los Antepasados,
de los dioses que existieron antes y reposan en sus pirámides.
Nobles y gentes ilustres están enterrados en sus tumbas,
construyeron casas cuyo lugar ya no existe.
¿Qué ha sido de ellos?
He oído sentencias de Imutés y de Hardedef,
que se citan como proverbios y que duran más que todo.
¿Dónde están sus moradas? Sus muros han caído;
sus lugares ya no existen, como si nunca hubieran sido.
Nadie viene de allá para decir lo que es de ellos, para decir qué necesitan,
para sosegar nuestro corazón hasta que abordemos
el lugar donde se fueron.
Por eso, tranquiliza tu corazón. ¡Que te sea útil el olvido!
Sigue a tu corazón mientras vives.
Ponte olíbano en la cabeza, vístete de lino fino,
úngete con la verdadera maravilla del sacrificio divino.
Acrecienta tu bienestar para que tu corazón no desmaye,
sigue a tu corazón y haz lo que sea bueno para tí.
Despacha tus asuntos en este mundo.
No canses a tu corazón, hasta el día en que se eleve el lamento funerario por ti.
Aquel que tiene el corazón cansado no oye su llamada.
Su llamada no ha salvado a nadie de la tumba.
Hazte, por tanto, el día dichoso, y no te canses nunca de esto.
¿Ves? Nadie se ha llevado sus bienes consigo.
¿Ves? Ninguno de los que se fueron ha vuelto.

Así que ya sabes, haz caso de un gran consejo que ha sobrevivido al paso de los siglos.

François Daumas, La civilización del Egipto faraónico. Barcelona: Ed.Óptima, 2000

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