Nefertiti y Cleopatra, las dos reinas de «nuestro» Egipto (II)
Qué decir de Cleopatra que no hayan dicho ya, entre muchos, Plutarco o Joseph Mankiewicz. Por supuesto, la versión hollywoodense hay que cogerla con esas pinzas que siempre utilizamos para disfrutar del cine histórico; aunque maravillosa por muchas razones, la imagen que nos traslada la película sobre Cleopatra es la que ha perdurado en la historia: una femme fatale, que utiliza su belleza sin escrúpulos para conseguir todo aquello que se propone.
No sabemos si Cleopatra era una belleza, eso para empezar. Plutarco, el escritor romano, nos dice de ella (con quien coincidió en el tiempo): “Se pretende que su belleza, considerada en sí misma, no era tan incomparable como para causar asombro y admiración, pero su trato era tal, que resultaba imposible resistirse”(1). Así pues, Cleopatra era tremendamente atractiva, pero quizás no tanto si tenemos en cuenta criterios puramente físicos.
Se ha tachado a Cleopatra de ambición sin límites, sin escrúpulos para utilizar a dos de los hombres más poderosos del mundo en su época para alcanzar sus planes. En esa descripción, nos olvidamos que Cleopatra era, primero, reina de Egipto; cualquier rey (masculino) de la época lo que buscaba era poner su reino en la mejor situación respecto a los otros poderes de los reinos vecinos. Cleopatra lo único que hacía era lo que olvidaron hacer el resto de reyes ptolemaicos de Egipto: intentar recuperar el antiguo esplendor de su país. Matando a sus hermanos, sí, pero no olvidemos que la dinastía ptolemaica se caracteriza precisamente por conspiraciones y asesinatos varios en el seno de la familia real; ella no hizo algo diferente a lo que su familia venía haciendo desde los orígenes de la dinastía. Y nada que no hayan hecho, por cierto, multitud de reyes hombres durante la historia.
¿Por qué entonces la mala fama de Cleopatra? Bueno, hay que achacarla a varios autores romanos… En Roma no sentó muy bien el romance entre Julio César (al que ya tenían un poco atravesado por los detalles de pseudo tirano que algunos senadores romanos iban viendo en él) y la reina de Egipto; no olvidemos que César estaba casado con una noble romana, Calpurnia. Los fastos con los que Cleopatra entró en Roma con Cesarión, el hijo nacido de su unión con el romano, no debieron ayudar en nada a ofrecer una imagen un tanto más amable de ella. Pero, ¿cómo se esperaba que entrara en Roma un faraón de Egipto? Porque eso es lo que era Cleopatra, a quien seguramente su condición de mujer la perjudicó en un mundo masculino de guerras y conquistas.
En lo que seguramente se equivocó Cleopatra fue en enamorarse; no de Julio César, no, sino de Marco Antonio. Una vez más, una extranjera, aunque fuera la reina de Egipto, humillaba a una patricia romana. Y de desprestigiar a la pareja ya se encargaría bastante más Octavio Augusto, el rival de Marco Antonio por el control de Roma. Quién sabe cómo hubiera cambiado la Historia si Cleopatra y Marco Antonio hubieran vencido en Accio…
(1) Plutarco. Vidas. Paralelas. Marco Antonio. XXVII.
Imagen: Cleopatra, 1887, John William Waterhouse, colección privada.
María del Carmen Alberú Gómez
¡Qué interesante volver de la mano de Antiquitas a este episodio! Tal como lo dicen, han corrido ríos de tinta sobre el tema pero el enfoque que leemos ahora tiene la novedad de contarlo desde dentro de Cleopatra, explicando aquel capítulo fundamental de la historia antigua revelando el alma de la faraón y sus propósitos. Narrarla desde el mundo femenino nos cambia la percepción que teníamos de ella en la pluma de Plutarco o en las imágenes de Mankiewicz. ¡Seguiré leyéndolas!
Admin_Antiquitas
Te agradecemos tu interés, es fantástico saber que hay gente a la que le apasiona la historia tanto como a nosotras.
Andrea Palet
Muy interesante! Gracias por compartir!!!!
Admin_Antiquitas
Gracias Andrea por tu interés.